El sujeto se despierta en la mañana, sale de la cama con la sensación de no haber descansado, con la certeza de no haber dormido bien, mejor dicho. Se ducha, desayuna y sale de su hogar, camina, recibe información y la procesa. Llega a su trabajo, trabaja efectivamente, recibe mas información, sus ojos absorben imágenes, sus oídos captan ruidos y sonidos, la mayor parte del tiempo lo hacen por obligación o por inercia; por lo cual gran parte de esto no es deseado por el sujeto. Su cerebro sigue procesando todo el volumen de estímulos exteriores como puede. Pide descanso pero no lo obtiene. Fin del día laboral. El sujeto retorna a su hogar. Las neuronas buscan descanso en vano en el entretenimiento audiovisual que brinda la televisión. La situación empeora: los caudales de información se incrementan drásticamente, los niveles ideológicos se disparan. Los mecanismos procesadores intercraneales trabajan al máximo de sus capacidades. Intentan desmenuzar cada pequeño dato que reciben, pero es demasiado. Las temáticas de los programas actuales dificultan la tarea del cerebro para clasificar los estímulos y así poder catalogarlos en sus respectivos ficheros. Miseria, violencia, maldad, mentira, idiotez, hipocresía y consumismo sin sentido parecen ser los principales tópicos en lo que se refiere al entretenimiento. El cerebro presenta serias dificultades para procesar la avalancha de datos que esta experimentando; así, progresiva y aceleradamente comienza el colapso. El proceso es rápido y terminal, culmina dando como resultado una absoluta falta de sensibilidad, además de la total carencia de voluntad del sujeto.
Fin del informe.